2004

Rodrigo Moya


 Premio "Espejo de Luz". Otras emisiones


PREMIO ESPEJO DE LUZ 2004, Rodrigo Moya

En cada una de sus emisiones el Consejo Consultivo de la Bienal de Fotoperiodismo otorga el premio "ESPEJO DE LUZ" a un fotógrafo de México como reconocimiento a su obra, vida profesional y aportaciones gremiales.
En la sexta bienal este premio fue entregado al colega y maestro de varias generaciones Rodrigo Moya.
En su libro retrospectivo "Fuera de Moda", Rodrigo Moya nos transmite su muy personal forma de ver, sentir y de vivir la fotografía.

La Cámara Sola
Fotograf}ias y Textos : Rodrigo Moya / Fuera de Moda (1)

La realidad siempre nos traiciona, lo mejor es no darle tiempo y traicionarla antes a ella.
Javier Cercas, en Soldados de Salamina

"No puedo decir con certeza si la fotografía es un arte en el sentido profundo de la palabra; tampoco si es un arte menor, una artesanía un oficio, una prodigiosa invención lúdica, o todo eso junto. Reconozco que este dilema es obsoleto, porque desde hace tiempo la fotografía ocupa un lugar en las artes plasticas, y un buen fotografo es llamado artista, y sus imágenes obras artísticas, a veces con valor en el mercado del arte. Es un hecho que la mayoría de los fotógrafos se consideran creadores, aunque también ha habio -y hay- buenos fotógrafos que sólo llevan, sin más, el pelativo de su actividad.

Por mi parte, como fotógrafo no me consideré ni me considero artista, ni vi como arte el producto de mi oficio, ni pensé que una foto mía pudiera ser algo más que un documento social o periodístico. No se me ocurrió colgar mis fotos que no fueran sindicatos, asociaciones progresistas o universidades; y en el mejor caso, verlas en revistas, carteles o panfletos de oposición. Nunca nadie me compro una foto para adornar su casa, y a pesar de la fascinación que muchas de ellas ejercen sobre mí, nunca colgué una sola en alguno de los numerosos muros que a lo largo de la vida me han cobijado. El que mis fotos se expongan en una galería de arte después de más de treinta años de permanecer guardadas en negativo, no cambia la idea sobre la función de la foto, tal como yo la concebí desde 1955, hasta poco después del aciago 1968 mexicano. Mientras cargué cámaras desde el desayuno hasta el anochecer, fui un fotógrafo eufórico, dedicado en ese tiempo emocionante y pleno a documentar la realidad, ajeno a cualquier "articidad" de mi trabajo o mi persona. Como muchos fotógrafos, me inicié en el oficio de casualidad, en una de esas coyunturas de la vida en que una cámara, un maestro y una oportunidad, son la tabla salvadora después de quien sabe cuantos fracasos. Así de suerte cubrí la necesidad de ganarme la vida, y "hacer algo" antes de caer en el abismo. El oficio se aprendía, como en los gremios, al lado de un maestro en un estudio, en un taller, o en una publicación. El aprendiz solía pagar la enseñanza con tareas aleccionadoras, que iban desde cargar equipo y mantener limpio el cuarto obscuro, hasta preparar químicos, secar copias, guardar negativos,   y andar de mandadero en la compra de material o   la llevadera de fotos; y más adelante, revelar, sacar contactos, aprestar las cámara, y en el trabajo de campo tener filtros, lentes y película   a la mano, como una enfermera tiene los bisturís en una charola al alcance del cirujano.

Por fortuna, esto me sucedió en una revista, con un maestro verdadero que se deleitaba   en la transmisión teórica y práctica de sus conocimientos. En un estudio no lo hubiera soportado, pues yo tenía veinte años y afición por el montañismo, facultades de frontonista, pasión por el mar y una indefinible sed de acción y aventuras.. la fotografía cambió esa ansiedad adolescente por una vocación inimaginable, que ocuparía mi energía por quince años: la pasión por reconocer la realidad de mí país, con cámara fotográfica al hombros.



Antonio Rodríguez -izq- y Guillermo Angulo, revisan una copia en el taller de Impacto, en 1954. Foto de R. Moya


Guillermo Angulo, el maestro que pasó como centella por la fotografía para luego flotar hacia el cine, la diplomacia, la cibernética, el periodismo radiofónico, y ahora, a sus casi ochenta años, hacia la botánica de las orquídeas que domina y enseña a quien deseé, me dio algo más que los principios de un oficio: me enseñó a mirar la vida y sus tensiones, y a meterme de cabeza entre seres y situaciones reales, para intentar rescatarlas del tiempo y el movimiento perpetuos, es decir del olvido. Era la imagen y lo que había detrás; la imagen y lo que en ella podíamos retener, lo que podía decir una superficie de papel 20 x 25 centímetros, cubiertos de halogenuros de plata, donde cabían gente, casas, campos, calles, rostros , instantes y vidas salvadas del nunca Era el universo alucinante, irreal de tan real, de la imagen fotográfica. Un año intenso de aprendizaje con Angulo, y de rebote la guía eventual de su maestro Antonio Rodríguez, el legendario comunista lusitano que con toda su sabiduría enseñaba a como deletrear la imagen, cuando en la prensa mexicanas se pedían fotos como charadas políticas, muertos fehacientes, estrellitas del cine, provincianas encueradas. Luego, el encuentro con Nacho López, hasta siempre amigo, con Rubén Gámez, Antonio Reinoso y Corquidi.

Descubrír "la otra realidad", inventar "una nueva realidad", "crear mi propia realidad", "ir más allá de la realidad", buscar "la realidad interior", todas esas vueltas como de palomillas extraviadas alrededor de un foco, son tremendas frases que aún no circulaban cuando yo nacía como documentalista. Mi primera meta fue explorar la realidad, la vulgar y cotidiana realidad de todos los días.

En mi trabajo no excluí el encuentro con la belleza, la alegría o la ironía, con el esplendor de las formas o el prodigio en sí mismo de la danza imprevista de luces y sombras. Pero mi blanco no era la belleza o una foto estética, si no la realidad de los marginados, su trabajo y sus rudas formas de vida. Quería retener ese universo de cosas, y luchar por transformarlo al mover conciencias con fotografías conmovedoras o brutales, cotidianas pero emocionantes. Mi divisa ingenua fue captar "la realidad", y enseñar a otros lo que yo veía y sentía. Vagamente buscaba darles vida y voz, desde la imagen, a todos los mexicanos que trabajan y sufren como tribus vencidas. Pretendía denunciar la inclemencias de un mundo injusto, deshumanizado e implacable que había que derribar. ¡Que inocencia de una juventud libertaria! Pronto comprendí que el mundo de la imagen estaba controlado desde todos los frentes -ya desde entonces-, y de nada servía mi empeño por mostrar lo que todos saben, pero nadie quiere ver.

En la práctica de mi documentalismo politizado sin remedio, fui rebotando del periodismo de base, a ideas extremistas sobre la dignidad profesional; de la militancia a la pobreza iracunda; de infames trabajos comerciales, a la aventura de la fotografía arqueológica o submarina; y de allí a una revista, y a otra, y luego de "freelance" siempre atareado pero desempleado, inflamado por la revolución cubana, comprometido como fotógrafo y como comunista, libre de elegir mis temas y mis imágenes, aunque no se vendieran, sino se difundieran. Fui mi propio jefe, endeudado conmigo mismo y con mi familia; mi propia empresa en quiebra sempiterna, el fotógrafo gratuito de todos los conflictos. Cine, libros, cantinas, camaradas, marchas, desastres, marxismo a granel, viajes peligrosos, muerte. En medio de este laberinto, la realidad frente a mi cámara, yo frente a la realidad, y no sé quien tuvo la razón, ni quien engaño a quien, porque al final fue la realidad quien me capturó y descubrió al yo mismo, que cambió su vida en pocos años. Como una revelación, cuando murió el Che Guevara entendí que mi fotografía estaba fuera de tiempo y lugar, y paulatinamente la abandoné. Me enfile hacia otros quehaceres, y de la fotografía que tanto quise me quedo la soledad de la cámara sola, y un archivo que es el testimonio de mí mismo, a la sombra de los demás"

Rodrigo Moya


(1) Textoy fotografías tomadas del libro
Rodrigo Moya, Fuera de Moda
CONACULTA-INAH
Universidad Veracruzana
México 2002


Fotografías

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