2004 Rodrigo Moya |
Premio "Espejo de Luz". Otras emisiones |
PREMIO
ESPEJO DE LUZ 2004, Rodrigo Moya En cada una de sus emisiones el Consejo Consultivo de la Bienal de Fotoperiodismo otorga el premio "ESPEJO DE LUZ" a un fotógrafo de México como reconocimiento a su obra, vida profesional y aportaciones gremiales. La Cámara Sola La realidad siempre nos traiciona, lo mejor es no darle tiempo y traicionarla antes a ella. Por mi parte, como fotógrafo no me consideré ni me considero artista, ni vi como arte el producto de mi oficio, ni pensé que una foto mía pudiera ser algo más que un documento social o periodístico. No se me ocurrió colgar mis fotos que no fueran sindicatos, asociaciones progresistas o universidades; y en el mejor caso, verlas en revistas, carteles o panfletos de oposición. Nunca nadie me compro una foto para adornar su casa, y a pesar de la fascinación que muchas de ellas ejercen sobre mí, nunca colgué una sola en alguno de los numerosos muros que a lo largo de la vida me han cobijado. El que mis fotos se expongan en una galería de arte después de más de treinta años de permanecer guardadas en negativo, no cambia la idea sobre la función de la foto, tal como yo la concebí desde 1955, hasta poco después del aciago 1968 mexicano. Mientras cargué cámaras desde el desayuno hasta el anochecer, fui un fotógrafo eufórico, dedicado en ese tiempo emocionante y pleno a documentar la realidad, ajeno a cualquier "articidad" de mi trabajo o mi persona. Como muchos fotógrafos, me inicié en el oficio de casualidad, en una de esas coyunturas de la vida en que una cámara, un maestro y una oportunidad, son la tabla salvadora después de quien sabe cuantos fracasos. Así de suerte cubrí la necesidad de ganarme la vida, y "hacer algo" antes de caer en el abismo. El oficio se aprendía, como en los gremios, al lado de un maestro en un estudio, en un taller, o en una publicación. El aprendiz solía pagar la enseñanza con tareas aleccionadoras, que iban desde cargar equipo y mantener limpio el cuarto obscuro, hasta preparar químicos, secar copias, guardar negativos, y andar de mandadero en la compra de material o la llevadera de fotos; y más adelante, revelar, sacar contactos, aprestar las cámara, y en el trabajo de campo tener filtros, lentes y película a la mano, como una enfermera tiene los bisturís en una charola al alcance del cirujano. Por fortuna, esto me sucedió en una revista, con un maestro verdadero que se deleitaba en la transmisión teórica y práctica de sus conocimientos. En un estudio no lo hubiera soportado, pues yo tenía veinte años y afición por el montañismo, facultades de frontonista, pasión por el mar y una indefinible sed de acción y aventuras.. la fotografía cambió esa ansiedad adolescente por una vocación inimaginable, que ocuparía mi energía por quince años: la pasión por reconocer la realidad de mí país, con cámara fotográfica al hombros.
Descubrír "la otra realidad", inventar "una nueva realidad", "crear mi propia realidad", "ir más allá de la realidad", buscar "la realidad interior", todas esas vueltas como de palomillas extraviadas alrededor de un foco, son tremendas frases que aún no circulaban cuando yo nacía como documentalista. Mi primera meta fue explorar la realidad, la vulgar y cotidiana realidad de todos los días. En mi trabajo no excluí el encuentro con la belleza, la alegría o la ironía, con el esplendor de las formas o el prodigio en sí mismo de la danza imprevista de luces y sombras. Pero mi blanco no era la belleza o una foto estética, si no la realidad de los marginados, su trabajo y sus rudas formas de vida. Quería retener ese universo de cosas, y luchar por transformarlo al mover conciencias con fotografías conmovedoras o brutales, cotidianas pero emocionantes. Mi divisa ingenua fue captar "la realidad", y enseñar a otros lo que yo veía y sentía. Vagamente buscaba darles vida y voz, desde la imagen, a todos los mexicanos que trabajan y sufren como tribus vencidas. Pretendía denunciar la inclemencias de un mundo injusto, deshumanizado e implacable que había que derribar. ¡Que inocencia de una juventud libertaria! Pronto comprendí que el mundo de la imagen estaba controlado desde todos los frentes -ya desde entonces-, y de nada servía mi empeño por mostrar lo que todos saben, pero nadie quiere ver. En la práctica de mi documentalismo politizado sin remedio, fui rebotando del periodismo de base, a ideas extremistas sobre la dignidad profesional; de la militancia a la pobreza iracunda; de infames trabajos comerciales, a la aventura de la fotografía arqueológica o submarina; y de allí a una revista, y a otra, y luego de "freelance" siempre atareado pero desempleado, inflamado por la revolución cubana, comprometido como fotógrafo y como comunista, libre de elegir mis temas y mis imágenes, aunque no se vendieran, sino se difundieran. Fui mi propio jefe, endeudado conmigo mismo y con mi familia; mi propia empresa en quiebra sempiterna, el fotógrafo gratuito de todos los conflictos. Cine, libros, cantinas, camaradas, marchas, desastres, marxismo a granel, viajes peligrosos, muerte. En medio de este laberinto, la realidad frente a mi cámara, yo frente a la realidad, y no sé quien tuvo la razón, ni quien engaño a quien, porque al final fue la realidad quien me capturó y descubrió al yo mismo, que cambió su vida en pocos años. Como una revelación, cuando murió el Che Guevara entendí que mi fotografía estaba fuera de tiempo y lugar, y paulatinamente la abandoné. Me enfile hacia otros quehaceres, y de la fotografía que tanto quise me quedo la soledad de la cámara sola, y un archivo que es el testimonio de mí mismo, a la sombra de los demás" Rodrigo Moya
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