En
Huamantla, Tlaxcala, las peleas de gallos no requieren de grandes palenques.
A las afueras del pueblo, en un terreno abandonado una veintena de hombres
se han reunido. Hay entre ellos niños, jóvenes y ancianos
que han venido a apostar quince pesos.
Aquí se juega por puro gusto, en cualquier parte y a como
sea...Pues sí, si usted quiere nos gusta lo malo porque aquí
no es como en otros lugares que se juegan millonadas, dice el Sr.
Alejandro Cervantes mientras acaricia el maltratado plumaje del último
gallo que le queda: la mona, ese que no mostró bravura
y se utiliza para calentar o hacer enojar al gallo que peleará.
Casi siempre salimos perdiendo porque un gallito bien que mal cuesta
dinero. Mire usted, este es un vicio que no le recomiendo a nadie y sin
embargo, es una de las cosas que más me gustan. Para mi, los gallos
dan personalidad. Cuando usted tiene un gallo y lo prepara para pelear.
Cuando pelea y lo hace bien, no nadamás se gana un dinerito, es
un orgullo, es como si uno fuera ese gallo. Claro, lo malo de esto es
que aquí quien juega es la suerte y muchas veces se va uno sin
nada, nomás con alguna mancha de sangre...Tanto que le da uno al
animal para que en un ratito... Bueno, pero tampoco es tan malo, después
de todo, así es la vida. Ahora si que en el gallo va la suerte
y al revés...o viceversa.
Don Alejandro concluye con esa sentencia su breve conversación
y se ocupa en negociar con el de junto la última pelea: órale,
pues ya de una vez mona y mona, ándale, ya para no ir cargando
con ella.
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