PREMIO CULTURA Y ESPECTÁCULOS IBEROAMÉRICA 2005

KATTIA PATRICIA VARGAS ARAYA, COSTA RICA
"Tributo a una pasión"

 

Fotografía Ganadora
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El sabor a sal condimenta el ambiente al mismo ritmo que la madera se incendia y tuesta la carne. Así, según sea el segmento, se transforman en santos, amantes, demonios, duendes, hadas, adictos o discapacitados; sencillamente, se convierten en flechas que se clavan en la memoria de los espectadores.
Cada bailarín tiene su historia: las niñitas que cumplieron el sueño de sus padres de verlas volar en un escenario ataviadas en su tutu, otros que por afinidad o tan solo por curiosidad alguna vez visitaron un estudio.
También están aquellos que se iniciaron en la danza como una forma de terapia: un niño que empezó a bailar para mejorar su dislexia ya que -según un psicólogo-, la danza, mejoraría su coordinación física. O la niña de seis años, que antes usó zapatos ortopédicos -por ser lo que los abuelos llamaban “corvetas”-, a quien le recomendaron bailar para mejorar su condición.
Hoy día, como bailarines, su lucha es la misma, doblegar al cuerpo, hacer que responda y dar hasta el final lo máximo de sí mismos.
“Salir a escena, es como ir a una cita”, explica un bailarín: “Hay que cuidar hasta el mínimo detalle: maquillarse, perfumarse, lavarse los dientes...”.
Los últimos minutos antes de un estreno -según dicen- “Son como la transición entre la vida y la muerte. No sabes qué va a pasar; y también, hay tantas energías en el ambiente, una mezcla entre emoción, nerviosismo, pasión y ansiedad.” Y por supuesto...hay que apartar cualquier mal augurio con un grito silencioso de “¡MIERDA...MIERDA...MIERDA!”.
Fuera de escena, es a otro demonio al que hay que exorcizar: Donde sea y adaptándose a las condiciones de dónde se de función, los bailarines, rigurosamente entenan; tres veces por semana ballet clásico para fortalecer el centro del cuerpo, para estimular el control de la fuerza de gravedad y dos reciben clases de danza contemporánea en donde trabajan con movimientos más libres del cuerpo y en el lenguaje corporal.
En mayo, por ejemplo transformaron el Gimnasio del Colegio de Abangares (zona rural en el Pacífico costarricense), en salón de ensayos (curiosos incluídos) y luego en escenario para llevar a la comunidad la obra “Nadie me quita lo bailado”.
Este es un vistazo, de algunos de los momentos que vivió la Compañía Nacional de Danza durante el 2004, año cuyo trabajo les otorgó su quinto el Premio Nacional como mejor agrupación de danza y en el que presentaron “Datura sanguínea”, obra que recibió el premio a mejor obra coreográfica del año pasado.

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